domingo, 5 de septiembre de 2010

la transicion de la edad adulta

La Transición hacia la edad adulta es una etapa crítica del desarrollo durante la

cual los jóvenes dejan la niñez atrás y toman nuevos papeles y responsabilidades. Es un
periodo de transiciones sociales, psicológicas, económicas y biológicas, y para muchos
jóvenes implica retos emocionales exigentes y elecciones importantes. En mayor grado,
la naturaleza y la calidad de las vidas futuras de los jóvenes dependen del éxito que
tengan en la negociación a través de este periodo crítico. Sin embargo, en muchos países
en desarrollo, es una etapa de la vida que apenas recientemente ha comenzado a recibir
atención más enfocada.
La psicología del desarrollo necesita actualizar constantemente sus planteamientos a la luz de los cambios culturales que se suceden y de la mejor comprensión global del propio desarrollo humano. La edad adulta, una de las etapas más amplias del ciclo vital, es un interesante área de estudio que demanda una mayor dedicación por parte de los investigadores. Se sabe que el inicio de la edad adulta viene determinado no tanto por la edad cronológica sino por los acontecimientos sociales y los retos a los que se enfrentan los jóvenes en la década de los 20 años: finalización de los estudios, primer empleo, vida en pareja, matrimonio, paternidad, tareas de desarrollo que implican por parte del individuo alto grado de independencia y responsabilidad.


Pero en las sociedades avanzadas el reloj social parece que se está retrasando: ciertas tareas, normas y expectativas consideradas adecuadas para una determinada edad se realizan de manera más imprecisa, a distintos ritmos según los grupos sociales implicados: mayor formación, nuevas formas de convivencia, retraso en la maternidad, movilidad social, cambios de los valores, etc. Entre los 20 y los 30 años muchos jóvenes adquieren el estatus de edad adulto al mismo tiempo que persiste la dependencia personal, familiar, económica. En la adultez emergente, entre los 18 y los 25 años grupos de jóvenes coetáneos se siente de manera diferente respecto al estatus de edad: unos se sienten aún adolescentes, otros adultos, unos terceros ni una cosa ni otra. Es esta una etapa de alta satisfacción y conformidad consigo mismo. Así se explica que en la transición a la edad adulta temprana las variables de carácter relacionadas con la madurez psicológica tienen tanta importancia como los acontecimientos sociales normativos.
La madurez en la edad adultez emergente




Inicialmente el concepto de sujeto “adulto” hace referencia a la dimensión biológica, donde adulto y maduro biológico son conceptos equiparable: se refieren a un individuo que ha terminado de crecer o de desarrollarse. Principalmente la madurez biológica haría referencia a la plenitud de las capacidades físicas y a la capacidad de procrear. En cambio desde un punto de vista psicológico la madurez implica la plenitud de las funciones intelectuales y afectivas, que a su vez están encaminadas a la procreación (en sentido amplio del término: procreación biológica, laboral, social). La madurez biológica no coincide con madurez psicológica en las sociedades avanzadas.

En la infancia y la adolescencia los sujetos normales son en parte maduros y en parte inmaduros. La madurez psicológica representa en cada momento la capacidad aprender, adaptarse al medio y de resolver con éxito las tareas del desarrollo. En la edad adulta cabe esperar que el individuo haya alcanzado el máximo de competencias psicológicas para la adaptación al medio, para la convivencia, para ser productivo y disfrutar de una vida plena.

Tanto durante la adultez emergente y como en la adultez temprana se produce una evidente desfase entre la madurez biológica y la dependencia familiar, entre la capacidad subjetiva y los deseos de independencia y la demora en la asunción de responsabilidades. El joven se siente en un momento de plenitud vital, autónomo para tomar decisiones sobre lo que hace, piensa, con quién está y cómo quiere orientar su vida laboral. La autonomía personal está limitada en tanto en cuanto no tiene recursos ni medios para vivir de forma independiente de sus padres. Aunque este no siempre es el problema principal, pues sus padres pueden ceder de sus ventajas para que el hijo se sienta a gusto en la “cohabitación” y sin presionarle para que tome decisiones de independencia que pueden hacer daño a ambas partes.

Torres y Zacarés (2004) destacan con razón que en la adultez emergente la madurez psicológica no se basa en criterios psicosociales más o menos normativos sino en otros criterios marcadores de inicio de la adultez: 1) Finalización de la madurez biológica; 2) mayoría de edad legal y derecho al voto; 3) comportamientos de cierta independencia como la obtención del carnet de conducir, poseer un coche propio, viajar o pasar vacaciones con amigos aparte de la familia; 4) criterios psicológicos o cualidades de carácter (Arnett, 1998) que son subjetivos e individuales pero que contribuyen al “sentirse adulto” en ausencia de otros factores y roles sociales asociados directamente con la adultez .

Según K. Schaie y S. Willis “la madurez psicológica de la adultez es función de la habilidad del individuo para equilibrar dos necesidades opuestas”: La independencia y la intimidad (Schaie y Willis, 2003, pág. 41). La independencia ( personal, económica, afectiva) está asociada a los nuevos roles que caracterizan la adultez temprana: separarse de los padres, obtención de empleo, la vivienda propia, el matrimonio, la paternidad, lo cual conlleva la adquisición de altas tasas de responsabilidad y compromisos personales y sociales. En este caso de la intimidad también aparece una cierta paradoja entre el deseo de relaciones afectivas íntimas y el miedo a perder la tan buscada independencia a causa de una relación con compromisos. Transitoriamente el joven resuelve esta contradicción independizándose subjetivamente de sus padres, evitando el compromiso expreso con su pareja y compaginando su relación de pareja con las relaciones de amistad más amplias, aún muy importantes para él.

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